Este periodo histórico, muy convulso desde el punto de vista político y social, en el que
se vivió el final de la denominada Restauración, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda
República y que terminó trágicamente con la Guerra Civil, es también uno de los más
fructíferos de nuestras letras, hasta el punto que se suele aludir a él como la “Edad de Plata”.
Ello es sin duda así en la novela y en la poesía, pero el teatro no vivió un esplendor igual. La
crítica coincide en señalar que frente a la vitalidad del género en cuanto a cantidad y
variedad, la calidad fue más bien escasa.
Se suele indicar la existencia de dos grandes formas de teatro. Por un lado el que
triunfaba en los escenarios: repetitivo, convencional, nada arriesgado, acrítico, dirigido a un
público burgués que no estaba dispuesto a escuchar conflictos demasiado desagradables.
Frente a él, hubo un teatro innovador, de calidad y transgresor, pero que no encontró más
lugar de representación que las salas minoritarias y el rechazo del gran público.
Al primero pertenece Jacinto Benavente, el mejor representante de la comedia burguesa:
dramas bien construidos, de diálogos ágiles pero sin conflictos de verdadera tensión. Pese al
éxito que cosechó, hoy apenas se recuerdan de él piezas como “Los intereses creados” y “La malquerida”.
Este periodo histórico, muy convulso desde el punto de vista político y social, en el que
se vivió el final de la denominada Restauración, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda
República y que terminó trágicamente con la Guerra Civil, es también uno de los más
fructíferos de nuestras letras, hasta el punto que se suele aludir a él como la “Edad de Plata”.
Ello es sin duda así en la novela y en la poesía, pero el teatro no vivió un esplendor igual. La
crítica coincide en señalar que frente a la vitalidad del género en cuanto a cantidad y
variedad, la calidad fue más bien escasa.
Se suele indicar la existencia de dos grandes formas de teatro. Por un lado el que
triunfaba en los escenarios: repetitivo, convencional, nada arriesgado, acrítico, dirigido a un
público burgués que no estaba dispuesto a escuchar conflictos demasiado desagradables.
Frente a él, hubo un teatro innovador, de calidad y transgresor, pero que no encontró más
lugar de representación que las salas minoritarias y el rechazo del gran público.
Al primero pertenece Jacinto Benavente, el mejor representante de la comedia burguesa:
dramas bien construidos, de diálogos ágiles pero sin conflictos de verdadera tensión. Pese al
éxito que cosechó, hoy apenas se recuerdan de él piezas como “Los intereses creados” y “La
malquerida”.
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