martes, 24 de noviembre de 2015
lunes, 23 de noviembre de 2015
La novela española del 39 al 80.
Tendencias, autores y obras principales
Las décadas de los 40 y 50 en España coinciden con la denominada “posguerra”,
una época durísima no solo desde el punto de vista económico, sino también cultural.
Paradójicamente, tras la derrota del eje fascista en la 2ª Guerra Mundial, el Franquismo
no es arrastrado por ella sino que se convierte en aliado anticomunista de Estados
Unidos en la guerra fría, lo que perpetuará el sistema. El panorama cultural era más bien
desértico, dado que gran parte de la intelectualidad se había visto obligada a exiliarse y
que la censura que imponía la Iglesia y el gobierno eran severas. No obstante, desde los
férreos años 40 hasta los 60 se ve una progresiva apertura que permitirá la expresión
más o menos crítica de sucesivas generaciones de autores.
A partir de los años 50 va a surgir una nueva generación de narradores, denominada
“Generación del medio siglo”, “de los 50” o de “los niños de la guerra”, que se sienten
algo más libres para expresar cierta crítica sobre la realidad social. Con una estética
realista, influidos por la “nouveau roman” francesa y el conductismo norteamericano,
van a dar lugar a los que se llamó el “realismo social”. Serán novelas donde el narrador
desaparece y cede su papel a los personajes. De tramas intrascendentes, pero
concentradas en el tiempo, su intención crítica se resume en poner el foco, como lo
haría una cámara, en realidades marcadamente injustas. Aunque difíciles de distinguir
en la práctica, se suele hablar de dos corrientes dentro de esta escuela. Una primera sería
el objetivismo (también neorrealismo), de la que “El Jarama”, de Rafael Sanchez
Ferlosio sería el mejor exponente. En ella asistimos a la fragmentaria recreación de una
merienda en el río de un grupo de jóvenes. Lo trivial de sus conversaciones emerge
como crítica a la adormecida sociedad española que 20 años antes había luchado
ferozmente en esas mismas orillas. Otros títulos importantes son “Tormenta de verano”,
de Juan García Hortelano, “Entre visillos”, de Carmen Martín Gaite o los cuentos de
Ignacio Aldecoa. La otra versión de realismo social, el llamado “realismo crítico”,
ofrece una expresión más cruda de la realidad.
Quizá por su carácter proteico, por servir de cauce a la expresión de la épica
cotidiana del hombre actual, la novela se ha convertido en el objeto de consumo
dominante de la literatura hoy en día. En esta segunda mitad del siglo XX hemos
asistido a un viaje desde el realismo a la experimentación para volver a un realismo
distinto, menos crítico y más íntimo, que ha enriquecido sin duda al género. Por calidad
y cantidad de autores y obras, podemos afirmar que estamos en un momento de mucha
vitalidad y de él debemos disfrutar.
El teatro de 1900 a 1936
Este periodo histórico, muy convulso desde el punto de vista político y social, en el que
se vivió el final de la denominada Restauración, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda
República y que terminó trágicamente con la Guerra Civil, es también uno de los más
fructíferos de nuestras letras, hasta el punto que se suele aludir a él como la “Edad de Plata”.
Ello es sin duda así en la novela y en la poesía, pero el teatro no vivió un esplendor igual. La
crítica coincide en señalar que frente a la vitalidad del género en cuanto a cantidad y
variedad, la calidad fue más bien escasa.
Se suele indicar la existencia de dos grandes formas de teatro. Por un lado el que
triunfaba en los escenarios: repetitivo, convencional, nada arriesgado, acrítico, dirigido a un
público burgués que no estaba dispuesto a escuchar conflictos demasiado desagradables.
Frente a él, hubo un teatro innovador, de calidad y transgresor, pero que no encontró más
lugar de representación que las salas minoritarias y el rechazo del gran público.
Al primero pertenece Jacinto Benavente, el mejor representante de la comedia burguesa:
dramas bien construidos, de diálogos ágiles pero sin conflictos de verdadera tensión. Pese al
éxito que cosechó, hoy apenas se recuerdan de él piezas como “Los intereses creados” y “La malquerida”.
Este periodo histórico, muy convulso desde el punto de vista político y social, en el que
se vivió el final de la denominada Restauración, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda
República y que terminó trágicamente con la Guerra Civil, es también uno de los más
fructíferos de nuestras letras, hasta el punto que se suele aludir a él como la “Edad de Plata”.
Ello es sin duda así en la novela y en la poesía, pero el teatro no vivió un esplendor igual. La
crítica coincide en señalar que frente a la vitalidad del género en cuanto a cantidad y
variedad, la calidad fue más bien escasa.
Se suele indicar la existencia de dos grandes formas de teatro. Por un lado el que
triunfaba en los escenarios: repetitivo, convencional, nada arriesgado, acrítico, dirigido a un
público burgués que no estaba dispuesto a escuchar conflictos demasiado desagradables.
Frente a él, hubo un teatro innovador, de calidad y transgresor, pero que no encontró más
lugar de representación que las salas minoritarias y el rechazo del gran público.
Al primero pertenece Jacinto Benavente, el mejor representante de la comedia burguesa:
dramas bien construidos, de diálogos ágiles pero sin conflictos de verdadera tensión. Pese al
éxito que cosechó, hoy apenas se recuerdan de él piezas como “Los intereses creados” y “La
malquerida”.
La Generación del 27
El grupo de poetas conocido como Generación del 27 protagoniza uno de los momentos
más valiosos de nuestra historia literaria, conocido como Edad de Plata. Como siempre, el
concepto de “generación” hay que tratarlo con cautela, ya que cada uno de sus miembros
posee gran singularidad, sin embargo hay que reconocer algunos hechos y rasgos que los
vincularon. Son poetas de parecida edad, nacidos todos entre 1890 y 1900, que compartieron
no solo amistad, sino en muchos casos domicilio en la famosa Residencia de Estudiantes de
Madrid. Se dejaron cautivar por el impulso renovador de las Vanguardias, principalmente el
Futurismo y el Creacionismo, y que luego descubrieron en el Surrealismo un liberador cauce
de expresión ya nada frívolo. En 1927, el homenaje al tercer centenario de la muerte de
Góngora sirvió como momento fundacional y les dio el nombre con el que pasarían a la
Historia de la Literatura.
En definitiva, se trata de un grupo de poetas de enorme talento (solo hemos podido
detenernos en los más importantes, aunque hay otros interesantes como Manuel
Altolaguirre, Juan Larrea o Emilio Prados), que vivieron con igual pasión el
deslumbramiento por las novedades vanguardistas como el culto por la poesía clásica. Entre
todos ellos llevaron a la poesía española a una de sus más altas cimas.
Novecenstismo (o Generación del 14)
Bajo este rótulo se conoce un movimiento cultural formado por autores nacidos en
los años 80 del s. XIX, que buscan reafirmar lo propio del nuevo siglo XX rechazando
lo característico del anterior: romanticismo, realismo e incluso el modernismo.
Defienden el arte puro,
que Ortega llamará deshumanizado, desprovisto de sentimentalismo, autónomo, válido
por sí mismo. Un arte que será además minoritario, dirigido a una élite que lo
comprende y disfruta, lejos del arte para el gran público que fueron el romántico y el
realista. Poseen, por último, un estilo cuidado, elegante, que busca la “obra bien hecha”,
con un lenguaje pulcro y riguroso, sin dejar por ello de ser brillante.
En definitiva, podemos considerar el Novecentismo como un movimiento inaugural
de lo específico del siglo XX, quizá sin figuras de primer orden, salvo el inclasificable
Juan Ramón, con más brillo por su esfuerzo teórico que por sus frutos literarios. A
caballo entre el 98 y el 27, un poco oscurecido por ambas, sentó las bases de lo que será
nuestra época contemporánea.
Modernismo y Generación del 98
El Modernismo es un movimiento muy internacional que no se limita a la literatura, sino
que abarca diferentes parcelas del arte como la pintura, la arquitectura o las artes
decorativas. Se desarrolló, aproximadamente, entre 1885 y 1915, y aunque con diferentes
nombres según los países, Art Nouveau en Francia, Jugend Still en Alemania o Modern
Style en Inglaterra o América, supone una reacción contra la estética realista que se venía
imponiendo en Europa desde mediados de siglo XIX. En esta época, denominada
comúnmente como “Fin de siglo”, parecía haber triunfado la filosofía positivista vinculada
al capitalismo, al progreso tecnológico y a los avances imparables de la revolución
industrial.
La novela realista y naturalista
El Realismo es un movimiento que surge en Francia a mediados del siglo XIX y se
extiende por toda Europa hasta finales del XX. Sin suponer una ruptura radical con el
Romanticismo, su fue poco a poco alejando de él hasta terminar siendo antagónico. A
España llega de un modo tardío, pero dará lugar a algunas de las mejores obras de
nuestra literatura.
El Realismo se caracteriza además por una cuidadosa observación de la
realidad, una realidad próxima al autor: tiempo contemporáneo, lugares conocidos y
reconocibles, conflictos frecuentes entre la gente común, como las dificultades
económicas, el adulterio, el ascenso social, etc. Será la novela el género que mayor auge
experimente y este movimiento le dará la forma definitiva que en gran medida ha
llegado a nuestros días. Serán extensos relatos con multitud de personajes de todos los
estratos sociales, aunque la burguesía será la protagonista, con un narrador omnisciente
y una estructura cronológica lineal, minuciosas descripciones y finales cerrados.
En definitiva, Realismo y Naturalismo, aunque hayan experimentado valoraciones
desiguales a través de los tiempos, han hecho de la verosimilitud, del análisis
psicológico de los personajes y de la observación parte fundamental de la literatura
contemporánea. Y han alumbrado alguna de las mejores novelas de toda nuestra historia.
El Romanticismo
El Romanticismo es un movimiento artístico que nace en Alemania e Inglaterra a
finales del siglo XVIII y se extiende por toda Europa hasta mediados del XIX. El autor romántico
busca impactar a su público, conmoverlo con pasiones extremas. Le atrae el
desequilibrio, la sinrazón, la furia sentimental. Por otro lado, ya no será un instrumento
de enseñanza del pueblo, sino el cauce de la propia subjetividad, de un “yo” doliente e
incomprendido. A partir de aquí se valorarán factores como la originalidad, el genio
creador, la sinceridad que siguen siendo hoy la pauta general de nuestra sensibilidad
artística. Los géneros predilectos del Romanticismo fueron la poesía lírica (baladas, rimas), la
más indicada para la expresión de la subjetividad; la poesía narrativa (romances,
leyendas), largas novelas en verso ambientadas en tiempos remotos favorables a la
acción heroica, sobre todo la edad media; la novela histórica, con el mismo afán
escapista de dudosa veracidad; y por encima de todos, el drama romántico. Este
consistía en un conflicto irresoluble de un protagonista noble pero casi siempre
proscrito, al que una fuerza irresistible conduce a una tragedia con dos vertientes, la
amorosa y la política.
En resumen, aunque en versiones heterogéneas y calidad desigual, el Romanticismo
en Europa y también en España transformó la forma de entender el arte en lo que
entendemos que es hoy: el territorio de la libertad, de lo original, de la inspiración
genial.
martes, 10 de noviembre de 2015
5. Palabras para Julia (José Agustín Goytisolo).
Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.
Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor.
Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno
son como polvo, no son nada.
Pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otra gente.
Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.
Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.
Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.
Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
4. Gacela de la terrible presencia (Federico García Lorca).
Yo quiero que el agua se quede sin cauce.
Yo quiero que el viento se quede sin valles.
Quiero que la noche se quede sin ojos
y mi corazón sin la flor del oro.
Que los bueyes hablen con las grandes hojas
y que la lombriz se muera de sombra.
Que brillen los dientes de la calavera
y los amarillos inunden la seda.
Puedo ver el duelo de la noche herida
luchando enroscada con el mediodía.
Resisto un ocaso de verde veneno
y los arcos rotos donde sufre el tiempo.
Pero no me enseñes tu limpio desnudo
como un negro cactus abierto en los juncos.
Déjame en un ansia de oscuros planetas,
¡pero no me enseñes tu cintura fresca!
POETAS Y POEMAS FAMOSOS:
1. Me gusta cuando callas (Pablo Neruda).
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
Déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
2. Romance del niño que todo lo quería ser (Manuel Benítez Carrasco).
El niño quiso ser pez;
metió los pies en el río.
Estaba tan frío el río
que ya no quiso ser pez.
El niño quiso ser ave;
se asomó al balcón del aire.
Estaba tan alto el aire
que ya no quiso ser ave.
El niño quiso ser perro;
se puso a ladrar a un gato.
Le trató tan mal el gato
que ya no quiso ser perro.
El niño quiso ser hombre;
le estaban tan mal los años
que ya no quiso ser hombre.
y ya no quiso crecer,
no quería crecer el niño
se estaba tan bien de niño,
pero tuvo que crecer.
Y una tarde, al volver
a su placita de niño
el hombre quiso ser niño
pero ya no pudo ser.
metió los pies en el río.
Estaba tan frío el río
que ya no quiso ser pez.
El niño quiso ser ave;
se asomó al balcón del aire.
Estaba tan alto el aire
que ya no quiso ser ave.
El niño quiso ser perro;
se puso a ladrar a un gato.
Le trató tan mal el gato
que ya no quiso ser perro.
El niño quiso ser hombre;
le estaban tan mal los años
que ya no quiso ser hombre.
y ya no quiso crecer,
no quería crecer el niño
se estaba tan bien de niño,
pero tuvo que crecer.
Y una tarde, al volver
a su placita de niño
el hombre quiso ser niño
pero ya no pudo ser.
3. El remordimiento (Jorge Luis Borges).
He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.
3. ¿Qué es poesía? (Gustavo Adolfo Bécquer).
¿Qué es poesía? Dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul;
¿Qué es poesía...? ¿Y tú me lo preguntas?
¡Poesía... eres tú!
en mi pupila tu pupila azul;
¿Qué es poesía...? ¿Y tú me lo preguntas?
¡Poesía... eres tú!
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